El espacio de intelectuales y artistas afines al Pensamiento Nacional, Popular, Progresista, Democrático y Laninoamericanista presentó este último sabado en la Biblioteca Nacional publicamente un nuevo texto.
Así, el kirchnerismo es un implícito y explícito sentido de la historia
basado en el igualitarismo político, social y de género; en el
desarrollo nacional compartido con nuevas políticas ambientales, lo que
aún debe perfilarse con vigor e imaginación nueva; en la modernidad
basada en críticas pertinentes a la globalización; en el autonomismo de
los movimientos sociales, aun cuando entre ellos y el Estado todavía
deben generarse posibilidades más ricas de interrelación; en la
promoción científica y técnica bajo el doble resguardo de la soberanía
nacional y la autonomía del pensamiento crítico; en un
latinoamericanismo activo que se inspire en los legados más que
centenarios y pueda concretarse en el siglo XXI en nuevas sociedades
mancomunadas sobreponiéndose a las acciones desestabilizadoras que son
un acecho permanente, como lo demuestra el caso del Paraguay. Y tantos
otros hechos, operantes en la memoria pública, que no se pueden
oscurecer por los tropiezos y obstáculos que se ciernen en el horizonte.
Pero el kirchnerismo es también una actuación posible, necesariamente
creativa, en un mundo capitalista en quiebra, que como decían viejos y
respetables escritos, surge y crece con sangre entre sus poros,
arrastrando a los procesos populares, muchas veces, en su ordalía de
decadencia y servidumbre.
Brecha, pausa, fisura, hendija, diferencia. Quedémonos con esta última
palabra, aunque las demás son parecidas. En todos los casos se desea
significar la figura de una innovación en la espesura de hechos, y como
se ha dicho, de una peculiaridad irreductible que subsiste en el
movimiento político que gobierna el país a pesar de que se lo quiere ver
inmerso en el manejo de arbitrariedades, como disuelto en retrocesos y
pequeñas maniobras de subsistencia. Decir diferencia presupone una
fórmula para volcar los hechos hacia la percepción de las novedades, que
los hace distinguibles a pesar del cúmulo de incidentes
circunstanciales y con apariencias contradictorias con el significado
que los origina. Es que el kirchnerismo, en primer lugar, es un modo de
tomar decisiones bajo el acoso de severas circunstancias políticas. Hay
en la Argentina un rompecabezas que no se descifra con los conocimientos
clásicos, aunque muchos de sus tramos son sabidos.
Continúa entre nosotros la tarea de desfondar el núcleo principal de
creencias que selló, hace casi una década, la voluntad de revertir en el
país los daños inferidos por una revolución conservadora indefendible,
aunque sus consignas destructivas todavía se resistían a salir de escena
luego de la formidable crisis del 2001, como lo prueba la votación del
2003, donde Menem aun ocupaba el primer lugar y el no muy conocido
Néstor Kirchner el segundo. Para percibir lo que mencionamos como
desfondamiento o violentación, basta leer los diarios, porque en ellos
está la noticia y también el ariete que las recrea a la manera de un
bonapartismo mediático.
¿Cómo se produce el permanente quebrantamiento de la institución
gubernativa a partir de los procesos contemporáneos de la justicia y del
bonapartismo mediático? Podemos ver que bajo el acoso de un
impresionante aparato comunicacional se emplean estilos profundamente
corrosivos. Toda inmediatez es promovida como si no hubiera diferencia
entre las ocurrencias desdichadas en una sociedad compleja -accidentes
varios, hechos de sangre, vulnerabilidad de derechos, todos los sucesos
lamentables de la vida injusta, que no han desaparecido de ninguna de
las grandes metrópolis mundiales, incluso las nuestras- y lo que
podríamos llamar la Culpa Estatal. Tan sólo los que insisten
machaconamente con que la Presidenta no distingue entre su vida privada y
los asuntos públicos son quienes presentan la imagen de una sociedad
quebrada por la inseguridad, la corrupción y la inflación. Para mostrar
esta tesis, una batería de imágenes de situaciones de criminalidad se
encarga cotidianamente de privar de contextos y de marcos explicativos
singulares a acontecimientos que parecerían emanar de un gran hueco
donde las vidas están en peligro constante y la responsabilidad de todo
ello recaería sobre el Estado.
Todo gobierno de raíz popular hoy está en riesgo y debe partir de esa
premisa. Y para disminuir esos riesgos sólo vale acentuar y promover un
sentido de realidad tan efectivo e histórico, como empírico e
intelectual. Este reclama una nueva visión crítica de los modos
comunicacionales que no sólo por ideología y voluntad, sino también por
su configuración tecnológica, encarnan una suerte de gobierno de las
almas, donde se infunden las nociones fundamentales de miedo, el
primitivismo justiciero del vengador y el pensamiento descartable y
rápido, basado en golpes pulsionales que anulan toda mediación entre
sociedad e instituciones. No se trata de negar la existencia de
problemas, pero todos ellos, pasados por los tejidos conceptuales y
redes mediáticas, adquieren un estatuto fantasmal, son generalizables
como juego inmediatista de las conciencias, infundiendo un sentido de
ciudadanía aterrorizada, dispuesta -frente al abismo conceptual que se
les presenta- a darles sustento a ideologías de mano dura, securitistas,
planes de ajuste, pedagogías del pánico; en suma, derechización de las
sociedades.
Contra eso nos expresamos y luchamos. Sabemos que para atacar al
gobierno, se ataca la diferencia que encarna. Y para eso se recurre no
apenas a los grandes mitos comunicacionales de la vida segura y
purificada -mito despolitizador, pues sólo la política pública y
colectiva puede dar seguridad democrática a las poblaciones sin
artificializar las formas de vida-, sino a enviar sus arietes de
izquierda a las zonas de superposición con los grandes aglutinantes de
la globalización -por ejemplo, la política minera, que aún no cuenta con
suficientes resguardos en cuanto a las exigencias ambientales y, más
todavía, a las exigencias de vida de las comunidades cercanas a los
establecimientos extractivos-, sabedores de que allí hay tareas
incumplidas, definiciones que deben transitarse. Pero al señalarse que
se está frente a un gobierno que sostiene esquemas económicos
atravesados por las dificultades de la hora, los grandes medios han
decidido el esfuerzo máximo de travestismo. Mientras acusan al gobierno
de apócrifo, deciden ser de derecha cuando atacan los horizontes
avanzados en cuanto a las políticas de derechos humanos; deciden ser de
izquierda cuando atacan las políticas extractivas; deciden ser lo
contrario de lo que fueron en el 2008 cuando en el 2012 sugieren una
sojadependencia; deciden ser libertarios cuando atacan a los periódicos
oficiales por ser "pautadependientes", abandonando como una ilusión
adolescente su situación real de ser los grandes medios de comunicación
que, a su vez, son empresas del capitalismo internacionalizado, siempre
dispuestas a asociarse a las causas más retrógradas del vasto mundo.
Todo, con tal de atacar la diferencia, aquello que hace del kirchnerismo
una instancia que se sitúa en el terreno de la decisión nueva. Nueva
por guardar el espíritu de cambio de generaciones anteriores, nueva
porque navega en las aguas inciertas de una humanidad sometida a poderes
coercitivos e inhumanos, y preserva el hilo esperanzado de una sociedad
con derechos y libertades redescubiertos para innovar las prácticas
políticas. La lucha por mantener y ampliar la brecha está a la orden del
día. No se ha oscurecido esa diferencia por la serie de obstáculos que
surgen transversalmente de las afueras y del propio interior de ese
movimiento político, si lo definimos como colector de amplias
modalidades del ser político, tal como se ejerce en los partidos
populares argentinos. Ante ello, son necesarios nuevos procedimientos, o
la conciencia de nuevos procedimientos que eviten que la distancia de
hecho y de derecho producida respecto de la política tradicional sea
devorada por esa misma política tradicional que tiene a su disposición
toda clase de máscaras para su oficio de desfondamiento: máscaras de
moralidad abstracta y de izquierdas que no son lúcidas ante la paradoja.
Una nueva derecha quiere que se olvide que lo que da fuerzas a esta
experiencia contemporánea es el modo en que, desde sus comienzos, se
ligó a la idea de resistencia en los '90, a las movilizaciones sociales
inaugurales del siglo XXI y a las tenaces luchas por la memoria y por
los derechos, para entonces sumergir la diferencia que organizó el
espacio político de esta década. Lo suyo es el aplanamiento cultural a
las formas más establecidas de un optimismo comunicacional y
sentimentaloide, la legitimación de políticas de criminalización social
ejercidas por policías bravas que siguen utilizando la tortura como
brutal método represivo, la despolitización enunciada como horizonte de
la gestión estatal, la realización de medidas de contención social sin
vocación transformadora. Se erige, explícitamente, como alternativa de
un tipo de concepción de la política que es conflictiva porque se
pretende transformadora, que es reapertura de problemas porque se sabe
disruptiva, que por muchos momentos parece apenas balbuceada pero porque
no renuncia a su propia invención.
No puede haber, para nosotros, continuidad entre la experiencia política
de la que somos parte y esa nueva derecha que quiere erigirse como
heredera. Porque si apoyamos la ley de medios es también porque
debatimos el formato bajo el cual se forjan subjetividades a la orden de
la sociedad del espectáculo. Porque si habitamos el presente con
angustia y entusiasmo es porque no creemos que el horizonte pueda ser
definido por una idea de felicidad colectiva centrada en el consumo y en
la reproducción del capital. Porque si hacemos política es porque
vemos, en la escena contemporánea, los intersticios a expandir no sólo
para la reparación de los muchos daños que vivió nuestro pueblo, sino
también para la creación de formas de vida emancipadas. Nada de eso
persistirá si triunfan aquellos que quieren acotar el kirchnerismo a una
etapa casual del peronismo, transitoria y renunciable, declarando
sucesores naturales a las derechas internas. Lo que está en juego no es
poco. Y no se trata de una oscura disputa de poder sino de la
posibilidad de que lo sucedido y lo realizado no sea liquidado por los
agentes de la repetición, ni conjurado por las fuerzas -múltiples y
extendidas- del conservadurismo argentino, presente tanto al interior
como fuera de la alianza electoral triunfante.
La situación en el movimiento obrero organizado deja en evidencia el
enorme retraso que existe en el campo nacional y popular con respecto a
superar viejas modalidades de organización corporativa y de connivencia
con las patronales que hoy se transforman en un lastre para el proceso
que vivimos. Durante décadas se amasó en Argentina un modelo de
sindicalismo que si bien defendía, en algunos casos, los derechos de los
trabajadores que representaba, al mismo tiempo fue constituyendo
lógicas empresariales en su interior y cercenando alternativas. De allí
el nombre de "corporación" que se ha arrojado a la discusión pública. Si
la actual hora argentina es, como creemos, de profundas
transformaciones, y si está en juego la democratización de cada vez más
esferas de la vida social, entonces lo que alumbra este conflicto es la
posibilidad de modificar las antiguas organizaciones sindicales. Hoy
necesitamos de la participación de los trabajadores, representados
democráticamente, en la convocatoria a discutir la participación activa
en la construcción conjunta del proyecto nacional.
La ruptura de un sector de la CGT con el gobierno, y su sorprendente
alianza con la derecha, contrasta tanto en prácticas sindicales como en
posicionamientos políticos con la experiencia que expresan los gremios
nucleados en la CTA que conduce Hugo Yasky. A esta constatación no son
ajenos ciertos sectores de la clásica central obrera, pero su rol
minoritario diluye las posibilidades de incidir en los grandes trazos de
la política que se construye desde Azopardo.
En el mundo sindical, las viejas conducciones no pueden admitir que la
incorporación de más de cuatro millones de jóvenes trabajadores al
circuito productivo acentúe la urgencia de un modelo sindical distinto,
con democracia interna y mayores libertades de actuación y
representación. La actual legislación no ha podido impedir la
fragmentación política de las estructuras tradicionales, ni garantizar
que alguno de esos fragmentos sea genuino apoyo para el proyecto que
gobierna la Argentina desde 2003. La ruptura de su alianza con el
gobierno no acredita, para Hugo Moyano, el papel que tampoco pueden
acreditar para sí aquellos que claman para sucederlo.
La crisis del viejo modelo sindical seguirá siendo una atmósfera
propicia para el conservadurismo y la reacción si no es superada con la
promoción de leyes que garanticen la plena participación de los
trabajadores, que establezcan métodos transparentes de elección, que
ilegalicen los procedimientos y prácticas que naturalizan el fraude y la
proscripción de listas opositoras, que aseguren la incorporación y
representación de las minorías y que, en definitiva, preserven la
autonomía sindical y la plena libertad de agremiación.
En esta escena el juicio y castigo a los culpables materiales e
intelectuales del asesinato del joven Mariano Ferreyra, cuyo principal
acusado es José Pedraza, constituye un inédito hecho contemporáneo que,
paradójicamente, surge de un reclamo social, de las actuaciones
estatales y de los giros político-culturales profundos de la etapa
política, más que de una impostergable revisión del propio sindicalismo
en crisis. Un antes y un después quedará sellado por el resultado de
este juicio en el que no puede quedar habilitada ningún tipo de
impunidad.
Por eso insistimos: son necesarios nuevos procedimientos, porque la
diferencia que el kirchnerismo encarna está a la vista. Como ciertas
constelaciones, en el agitarse de los días, a veces se ve más nítida y
otras no, se balancea entre las zonas penumbrosas de un país difícil
para las grandes transformaciones. Para los que hace mucho entienden qué
es lo que está en juego, es precisamente por eso -por la diferencia,
que es la forma de la esperanza- que lo atacan.
2.
Si algo se viene construyendo como identidad del proyecto en despliegue
es lo democrático-nacional-popular. La frase no es un cliché, pues está
abierta a la vida cotidiana, a las clases sociales productoras, a los
intelectuales de todas las corrientes que interpretan con pluralidad de
estilos las necesidades de un cambio civilizatorio. Lo recorrido desde
el 2003 instituyó a la autonomía financiera como raíz de la política
económica y también de la propia cultura de esta etapa histórica.
Desendeudarse y ser libres para formular nuestros planes, establecer
nuestra fiscalidad, direccionar nuestro crédito, manejar nuestra moneda,
disponer de nuestras reservas, controlar los movimientos del capital
especulativo, evitar la fuga de divisas. Una libertad que, articulada
con valores patrióticos, resiste las imposiciones de las hegemonías
mundiales, de amarrar con una lógica unívoca las institucionalidades
nacionales, naturalizando un pensamiento único con un lenguaje hecho de
palabras que hoy las mayorías populares perciben como penurias, mientras
ellos las pronuncian como dogma de la virtud: mercado, ajuste,
austeridad, clima de negocios. La nueva época fomentó el renacer de la
industria y el vigor del consumo popular, lo que hubiera sido imposible
sin el reencuentro de la economía y la política, de la mano de las
decisiones distributivas.
El tránsito de años y de esfuerzos ha dejado una marca en la conciencia y
la sensibilidad popular: no hay vuelta atrás, no se atará más el
destino nacional al capital financiero internacional y sus préstamos
usurarios. Ser dueños de lo nuestro conduce a otros debates y objetivos
peliagudos: definir el proyecto de país, de estructura productiva, de
diversificación sectorial, de innovación tecnológica, de modelo
extractivo, de articulación en la integración regional; nada de esto
puede ser agenda del mercado ni de decisiones de corporaciones
oligopólicas, sino una cuestión de ciudadanía. Así, la determinación del
ingreso de inversiones extranjeras reclama ser involucrado en esa
esfera, con la discriminación estatal de cuáles son virtuosas y cuáles
son innecesarias e indeseadas.
El ingreso indiscriminado de inversiones extranjeras vivido en otras
épocas de nuestra historia significó desarrollismo sin desarrollo,
restricción externa en lugar de aporte genuino de divisas, dependencia y
no autonomía de la tecnología, estructura económica deformada cuando se
la requiere integrada, polarización social que frustraba el anhelo de
justicia distributiva, acentuación de las brechas entre regiones que
conspiraba contra la unidad nacional. No hay proyecto de desarrollo
conducido por una plétora de inversiones extranjeras descontroladas y
con destinos errantes. Así, entre un desarrollismo mercantil y un
proyecto nacional de desarrollo hay un abismo. El segundo necesita de un
plan ejecutado por los liderazgos y representantes populares, apoyado
en la participación social, y su conducción descansa en la dinámica de
un bloque social diferente.
La nacionalización de YPF es un hito hacia la conquista de la autonomía
económica. Junto al Correo, AYSA, la estatización de la administración
de los fondos previsionales, Aerolíneas Argentinas, son decisiones
políticas que revierten la descalificación que sobre la capacidad
empresaria del Estado introdujo, en el sentido común popular, la
hegemonía neoliberal. La subsistencia de ese prejuicio es un lastre, una
rémora del desprecio por la política, un residuo del elogio de lo
privado sobre lo público. Recuperar -revitalizado, mejorado y corregido-
ese papel del Estado es vital para profundizar los cambios. Por eso,
todo error en la conducción de la gestión estatal, toda desidia o
interés particularista en este ámbito, revista una doble gravedad, la
que significa en sí misma, y lo que carga en ella como desprestigio de
la llave maestra de la reconstrucción popular: la democratización
operativa del ámbito de la acción colectiva pública, encarnada en sus
instituciones estatales para las cuales ser mejoradas es su obligación
inherentemente ética y política.
Sin esa recuperación resulta imposible contrapesar la extranjerización
heredada del neoliberalismo, uno de los ejes principales para la
apropiación de los activos y su renta nacionales de la globalización
financiera. La YPF previa a la nacionalización, la administración y el
estado de las concesiones ferroviarias con sus episodios trágicos y los
comportamientos oportunistas en la fuga de capitales son muestra
acabada, por sus falencias, limitaciones y degradaciones, de la ausencia
de una gran burguesía nacional que pueda jugar -por sí- ese rol. Más
productivos y justos resultarán esfuerzos en apoyo y fomento del
despliegue de un empresariado mediano ligado al empuje de mejoras en la
productividad, a la redistribución de ingresos y a un destino propio
comprometido con la suerte del proyecto. De la misma manera, deberán
seguir profundizándose los esfuerzos por sostener y ampliar las
experiencias de economía social que hoy recorren el país más allá y pese
a la invisibilización a las que son sometidas.
El abordaje de la cuestión minera, que se entrecruza en los mismos nudos
problemáticos, no puede resumirse en un productivismo que omita que
toda producción es un acto social responsable, ni por una concepción
purista de la naturaleza que omita que es el trabajo humano el que la
transforma en habitable; sólo que la habitabilidad colectiva regida por
el trabajo debe hacer de éste un núcleo que albergue por igual las
grandes funciones de la tecnología y las conquistas del pensamiento
crítico, según las cuales toda relación social, y toda relación del
hombre con la naturaleza y sus dones, es en última instancia de carácter
ético. Por eso se demandan justamente enfoques integrales que
contemplen tanto la explotación de riquezas con potencia generadora de
divisas, como el cuidado del ambiente y la integración de cadenas
productivas que eliminen la lógica de persistentes economías de enclave,
en las cuales la explotación se reduce a extraer y exportar minerales
sin una doble mediación: tanto la mediación industrializadora autónoma
como la mediación ética ambiental, de interés de los pueblos, no sólo
los que habitan las regiones afectadas por esa explotación, sino de las
naciones en su conjunto. Nada mejor que el ejemplo de YPF para avanzar
hacia una minería sustentable aceptada por los pueblos a través de
eficaces mecanismos de consulta: una empresa nacional que tenga
centralidad en el desarrollo de la actividad y cuya racionalidad exceda
la acotada mira de la eficiencia basada en la rentabilidad de los grupos
oligopólicos.
Esa centralidad y revitalización de las instituciones del Estado es
requerida también para revertir el deterioro producido por años de
reacción conservadora en el sistema de salud. Sistema fragmentado,
ineficiente e injusto, resultado de los sucesivos e intencionados golpes
destinados a destruir lo público y dejar el campo libre a la voracidad
del mercado. Y aunada a una noción de derecho a la salud, pero en igual
relevancia a la expansión de derechos civiles que hoy atraviesa el
debate público, se presenta la necesidad de legalizar el aborto y
haciéndolo de alcance libre y gratuito, salvando vidas que por condición
social no acceden hoy a intervenciones adecuadas, y realzando el
derecho a la maternidad por sobre la servidumbre de la mujer.
3.
Una de las palabras que todos los pueblos aprenden a pronunciar con
prudencia es la palabra tragedia. En este caso podemos decirla. La
verdadera hecatombe económico-social internacional que proviene de la
crisis de la financierización construye un momento trágico de la
historia contemporánea: destrucción de servicios públicos que devienen
en la desatención de derechos económicos y sociales; organismos
internacionales de crédito interviniendo como policía financiera para
garantizar las acreencias de los bancos en las periferias europeas;
Estados nacionales del centro del mundo puestos al servicio de los
intereses de las entidades bancarias de sus países; emisión desenfrenada
de divisas para el salvataje de las ganancias y los capitales de los
especuladores.
Personajes mediocres gobiernan potencias como sombríos espantajos que
balbucean lenguas susurradas, cuando no directamente dictadas por el
poder financiero, y emiten discursos que reclaman mayores ajustes y
penurias a los pueblos y regiones mundiales ya acosados por la
globalización del capital bajo una implacable estrategia especuladora,
mientras los propios esquilmadores se solicitan a sí mismos la
continuidad de las políticas que condujeron al desastre. Ni una luz, ni
una idea, ni un asomo de inteligencia estratégica en las entrañas de un
poder mundial cada vez más tentado y familiarizado con las lógicas de la
impunidad. Impunidad de las guerras injustas, de los ajustes
despiadados, de los racismos, de las fronteras para los pobres y el
internacionalismo para los capitales. Se está construyendo, ante
nuestros ojos, un destino que bordea un sentimiento aterrador, con
nuevas formas de vigilancia mundial, operaciones clandestinas e
intervenciones militares que provocan lo mismo que dicen querer
combatir, rediseñándose en las sombras un nuevo código penal sigiloso
que internacionaliza puniciones, regula su misma ilegalidad e introduce
en el propio campo civilizatorio nuevas formas de violencia
disciplinadora, que incluye acciones militares selectivas que no quieren
abandonar la conciencia humanista de Occidente, por lo que se consuelan
creyendo que son acciones de la razón los más bárbaros atropellos
contra la condición humana. Por eso, nosotros, también actuamos para
rescatar un legado filosófico y moral, que aun con sus renunciamientos y
deficiencias, todavía puede construir un destino colectivo basado en
libertades irreductibles y consideraciones últimas de la razón política
inspiradas en las raíces de autodeterminación que tiene toda vida
colectiva.
La crisis que hoy se vive es una concurrencia compleja de discursos,
sistemas y políticas. Es la evidencia de un fin de época de retrocesos
servidos con palabras edulcoradas que velaban la realidad mientras
subterráneamente el proceso avanzaba hacia el actual desastre: fin de la
historia, globalización, aldea global. La idea que pudo ser generosa de
una humanidad intercomunicada a través de sus mundos de vida puede
quedar en manos de monopolios mediáticos que operan una forma de
gobiernos sobre los pueblos, sostenida en el terror subjetivo, el miedo
al futuro, el abismo de la historia que solo impondría un refugio en el
oscuro placer de la sospecha, en una sociedad del espectáculo que en vez
de hacer crecer las artes visuales con el recurso de las tecnologías
vistas desde su lado emancipatorio, las ofrecen como circuitos de
control de los símbolos de éxtasis, dándole una mísera resolución a la
cuestión de la representación, el juego y la felicidad pública.
Como herida expuesta queda la característica estructural de la época y
su actual desemboque: la hegemonía del capital y su despliegue
revanchista contra el trabajo, manifestada en una redistribución
regresiva del ingreso que facilitó la expresión extrema de la
contradicción entre producción y consumo. Sin riesgo para esa hegemonía,
el capital apuesta a una mayor financierización y dramáticos recortes
de derechos humanos a los pobres. Una ruta a la barbarie. Sin embargo,
las luces frente a las tinieblas del mundo central asoman en la
periferia. La más prometedora, la más desafiante, la más transformadora
es la de la nueva América latina y el Caribe, que en la situación
mundial actual se constituye en lo que podríamos denominar un bloque de
resistencia contra la barbarie.
El concepto de barbarie fue solicitado en múltiples ocasiones para
juzgar las paradojas de la historia. Se lo usó para visualizar lo
extraño o lo extranjero, aun cuando fuese portador de virtudes que no
encajaban en la mochila de los vencedores. Ahora, como un envío de los
tantos sacrificados por culturas políticas que cometieron el profundo
error de sentirse superiores solamente por gozar del imperio de la
fuerza, surge de los horizontes latinoamericanos un dictamen que viene
de lejos y se escucha de múltiples maneras: la lucha contra la barbarie
implica revisar historias, construir conceptos nuevos que en la maraña
de horas de violencia que vive el mundo, rescate nociones arcaicas de
libertad creadora con los lenguajes de una modernidad de los pueblos,
que muestre que no cortar el hilo de la memoria es lo más avanzado que
pueda ejercerse en materia de liberaciones políticas, intelectuales y
artísticas.
Vaya paradoja de nuestros tiempos, reminiscentes como siempre de otros
que se presenciaron en el pasado, y que sólo divergen de estos porque la
astucia de la historia ha cambiado uno o dos nombres propios; los
voceros de esa Europa que parecía ilustrada e inclusiva, cuna de todas
las artes y las ciencias y de toda protección social, no trepidan en
calificar de populistas a gobiernos democráticos latinoamericanos que
han vuelto sus miradas a procederes más ajustados a los deseos y
necesidades de sus pueblos. He aquí que si el voto en Latinoamérica y el
Caribe está menos "bancarizado" y responde más aproximadamente a lo que
necesitan sus indigentes y sus pobres, si crea trabajo en lugar de
destruirlo, si sus empresas son más controladas por los Estados y los
créditos bancarios se inclinan hacia los pequeños y medianos
emprendimientos en lugar de como siempre, a oligo y monopolios, es
porque los acogió el demonio. Pero el pacto con el diablo, gran fábula
literaria de todos los pueblos, y que diera tanto en Europa como en
Latinoamérica obras literarias ejemplares, desde Goethe hasta Guimaraes
Rosa, puede interpretarse hoy como una nueva alianza entre ejércitos
tecnológicos y tecnologías financieras, la que usurpando la libre
decisión de los pueblos, da curso a una nueva camada de administradores
de emergencia que suponen que las poblaciones agredidas canjearán su
futuro entrando en las nuevas burbujas del ilusionismo en el nombre de
lo que ya no puede pensarse a sí mismo: el capitalismo mundial, en todos
sus aspectos.
Consideran honorable gesta atacar a numerosos gobiernos
latinoamericanos, con la rara persistencia de un bombardeo continuo,
porque se les ha ocurrido dar pasos hacia la autonomía de los países
centrales. Estos herejes han decidido crear y fortalecer la Unasur y
crear la Celac -una renovada región con expansión de derechos y nuevas
formas sociales y económicas- inspirados en las mejores tradiciones
independentistas y patrióticas. Las diatribas son feroces y odiantes.
Más aún cuando provienen de los medios de comunicación de la propia
América latina que les son afines y los partidos locales de oposición.
Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Dilma y Lula en Brasil,
Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la Argentina, Hugo Chávez en
Venezuela y Mujica en Uruguay, tienen la gran oportunidad, aun en sus
diferencias, para mostrar que las fuentes de la democracia que conciben
como la mejor forma de organizar la sociedad implica una noción crítica
frente a los que consideran que las naciones libres ya son artificios,
meras superficies inventadas como efecto de los grandes negocios,
tráficos clandestinos y dominio irracional de la naturaleza.
El más claro y reciente ejemplo de esta capacidad de la región es la
sanción al gobierno ilegítimo que desplazó a Fernando Lugo, acrecentada
con la decisión inmediata de incorporar Venezuela al Mercosur. Este
hecho, que convierte a la región en la quinta potencia mundial, es la
más dura derrota asestada a la diplomacia y a los servicios de
inteligencia norteamericanos desde que el ALCA fuera liquidado en Mar
del Plata en 2005.
Por eso es necesario preguntarse si este momento argentino y
latinoamericano que se desenvuelve alrededor de los principios de la
libertad, la justicia y la dignidad de los pueblos está en riesgo. ¿Es
diferente este momento a otros, ya superados, donde se puso a prueba lo
que se estaba logrando? Esta pregunta habita en los que han tomado la
decisión de colocar sus esfuerzos alrededor de los principios legítimos
que animan estos gobiernos de la transformación. No hay dubitación en
nuestro apoyo, que se mantiene activo precisamente porque la pregunta
por el riesgo, al hacerse, obtiene respuesta afirmativa. Si hay riesgo,
que lo hay, hay redoble de la circunstancia solidaria con los gobiernos
democráticos de la región. Por eso tomamos la palabra junto con nuestro
pueblo, que busca, recuperando antiguas memorias y experiencias,
atesorar en sus manos el destino colectivo, cuando pasa del uno aislado
al múltiple, contradictorio y expresivo, diletante y combativo, crítico
sin razón o con fundamento, que habita en el corazón de toda realidad.
De ese pueblo somos parte. Este es el que ha decidido estar, en su
mayoría, junto a nuestro gobierno, porque la historia marca su lugar.
Desde los '70, cuando todo nuestro continente hervía en los pueblos
movilizados por una historia diferente de la que labraron durante
décadas la alianza entre las oligarquías locales, los grandes
multimedios y los representantes de los intereses norteamericanos, la
lucha dejó miles de muertos, cuya memoria destella como reclamo
incesante por la justicia. En los '90 el carnaval alegre del salvaje
capitalismo festejó el triunfo de los poderosos y el de la miseria
económica y moral de los pueblos. Aunque no es la historia esa mochila
cargada con anécdotas y fechas, actos heroicos y traiciones, frases
célebres y olvidadas, nombres de hombres que figuran con los datos del
vencedor y del vencido.
Hay una historia que se repite y vuelve a lo mismo. Pero hay otra, la
que nos muestra lo que se repite en la historia cuando esta repetición
proviene del futuro, y conservando lo más innovador, el acontecimiento
del pasado, introduce una diferencia que resitúa ese acontecimiento, le
da dimensión y sustancia, lo convierte en poder para realizar esas
transformaciones que se pusieron en juego y fueron derrotadas.
No es una cuestión casual, aunque admite porciones importantes de
anomalías en lo que nunca es el trazado lineal de una historia. Algunos,
como Néstor Kirchner, pusieron en juego la capacidad de captar el
momento y hacer lo necesario para la reparación del olvido que había
caído sobre el pueblo, para recuperar la política como arma de
transformación. No haremos el recuento de lo logrado y que se continúa,
sin duda, en lo que Cristina Fernández produce en medio de las
inclemencias de la hora y que es la continuidad histórica de una
posición, de una decisión que transforma las luchas de los '70 en un
accionar sin tregua por la igualdad, la justicia social y económica de
este tiempo, convirtiendo las heredadas utopías en el poemario laico y
complejo de la acción popular.
La entrada de cientos de miles de jóvenes a la política anticipa el
rostro del futuro, porque sin una movilización masiva, en los momentos
necesarios, queda sin soporte un proyecto que busca aún su tono, sus
palabras justas, en medio de decisiones que tomadas siempre en tiempo de
urgencia han cambiado la manera y la intensidad de la discusión
política en el país.
Si hablamos de riesgo sin mordaza alguna, sin ningún condicionamiento a
nuestro apoyo irrestricto a este proyecto popular, es porque el bloque
del poder tradicional puede aparecer como vencido, pero simplemente
posterga, hasta encontrar el momento adecuado para golpear sobre estas
jóvenes democracias populares. En nuestro país lo intentaron con la
Resolución 125, y no pudieron. Pero han logrado voltear, utilizando los
recursos cínicos del republicanismo constitucional y en nombre del
rescate de la propia democracia de las manos de sus supuestos
pervertidores, la incipiente democracia paraguaya e instalaron,
nuevamente, en Bolivia, la idea de un golpe contra el presidente
Morales. Como si de una recurrente pesadilla se tratase, la instalación
en Mariscal Estigarribia, Paraguay, de la base militar de los EE.UU.,
con 1500 marines con inmunidad diplomática y un aeropuerto donde pueden
aterrizar sus gigantescos aviones, recuerdan la evidente injerencia
norteamericana en tramos aciagos de una historia no tan lejana que
reclama de nosotros, y de nuestros gobiernos, el estado de alerta y
denuncia que garantice la continuidad de los proyectos democráticos
populares.
Pero sabemos que este escenario no es todo. Hay debates que nos
corresponden a nosotros, como argentinos. La potencia imperial es previa
a sus representantes, a las alianzas históricas con ese sector que
representa lo inmóvil de la historia y más aún, el lánguido reclamo de
retroceso de lo tanto que se ha logrado en la Argentina en estos años de
gobierno popular. Ese sector nunca se dará por vencido. En la defensa
de sus intereses, que radica fundamentalmente en sus tasas de ganancias.
Por esto, es necesario afirmar, continuar, debatir, la lógica y hasta
diríamos la epistemología que haga imposible ese retroceso del país,
respecto del avance formidable de estos últimos años, con la única arma
posible: profundizar, corregir, proponer, movilizar.
Por otra parte, los pueblos y los gobiernos de Suramérica son navíos en
la tormenta que asumen la responsabilidad de rediseñar las magnas normas
para que coincidan con los procesos de transformación que suceden en
varios países de la región viabilizando, en algunas de esas experiencias
populares, la eventual continuidad democrática de liderazgos cuando
estos aparecen como condición de esta inédita etapa regional. Ello
configura un "momento constitucional", apropiado para ligar las
transformaciones en curso y el andamiaje legal. No se trata de imponer
normas, sectorizar gobiernos, arbitrar en causa propia en cuestiones de
grave significación institucional, sino de pensar en forma completa el
decurso de una historia. Si las formas más relevantes de los cambios
deben ser protegidas, un armazón novedoso de normas debe legislar a una
escala constitucional admisible y nueva las relaciones entre el Estado y
la sociedad, entre la producción y el consumo, entre la economía y la
política, entre la república y la nación, entre los derechos
particulares y los derechos sociales.
Es posible que no se resista a utilizar la fácil calificación de nombrar
el fenómeno como "constituciones de última generación" por la obviedad
imperiosa de aparecer como nuevas, pero conviene descubrir y destacar
que lo que las distingue es tanto el proceso que las genera como las
definiciones con que rediseñan a las naciones. No se trata del antiguo
constitucionalismo que lanzaba sus dictámenes luego del crepúsculo,
luego de que las guerras terminaran y permitieran que "el búho de
Minerva alzara vuelo", sino que ahora el propio saber constitucional es
parte de las acciones políticas reales. El proceso que aquí se desea es
envolvente, popular, participativo, no se reduce a la mera emisión de un
voto eligiendo a los que en la situación serían los constituyentes. El
mandato se cuece en un intenso debate democrático y masivo, en algún
caso entremezclado con innovaciones más sensibles de las formas de
representación.
Un nuevo cuerpo normativo, realizado y sostenido por un sujeto
constituyente popular, debe establecer una barrera antineoliberal, en el
reconocimiento de la multiculturalidad, la reconstrucción de la
geometría del Estado, la inclusión de nuevas formas de propiedad, el
dominio nacional-estatal de los recursos naturales, la protección del
ambiente humano y natural, el reconocimiento de la salud como derecho y
la responsabilidad del Estado para ofrecer respuestas integrales a la
necesidad de salud de las poblaciones con eje en servicios públicos, el
respeto a la heterogeneidad lingüística del territorio nacional, las
relacionales colaborativas entre sociedad y Estado: en suma, el
reconocimiento de áreas que requieren un gran debate imprescindible.
¿Cómo no reconocer que Argentina necesita una nueva Constitución? El
proceso de transformación en curso que en nuestro país reconfigura la
nación es parte del fenómeno que recorre Suramérica. Y este fenómeno,
sea que atraviese momentos de bonanza como de riesgo, merece una altura
constitucional diferente. Esta es nuestra convicción y nuestro
compromiso.