Copa América 2024: la Scaloneta renovó la VTV de cara al futuro. La pésima organización del máximo encuentro futbolístico continental no empañó una fiesta más, pero con un gustito nostálgico. Por Juan Ignacio Provéndola- Estados Unidos organizó la peor Copa América de la que se tenga recuerdo, al cabo de un fin de semana en el que -además- el proclamado país del fin del mundo le rompió el corazón a todo aquel que lo blande como ejemplo a seguir, especialmente después del confuso atentado al ex presidente y candidato Donald Trump.
Los yanquis podrán ser ejemplo en el cine, en la música, también en sus
embestidas bélicas y en la forma en que depredan economías ajenas, pero
jamás en el fulbito, fenómeno popular que está muy lejos de las
dinámicas de consumo de Disnelylandia. Tienen, para ajustar todo eso,
dos años de acá hasta el Mundial del que serán anfitriones. De momento,
las expectativas no son las mejores. La economía de mercado explotó a la
altura del tobillo de Lionel Messi, quien pagó con una lesión
extremadamente sensible el costo de jugar en canchas improvisadas. El
circo construido alrededor de la pelota contempló DJs en los partidos,
hotdogs a la carta en las tribunas, fancams para que los hinchas se vean
enfocados en la pantalla gigante de los estadios, el show de Shakira
(que por primera vez en la historia obligó a duplicar la duración de un
entretiempo) y un sinfín de artilugios. Aunque ninguno de ellos
contempló el activo más importante de esta industria: la comodidad de
los jugadores para poder hacer lo suyo en un campo más pertrecho que la
peor de las canchitas de un papi fútbol. Al contrario de todo esto,
Argentina se interesó más por el juego que por toda la parafernalia de
cotillón, que le sumó poco y nada a una competencia acalorada más con
las declaraciones fuera de cancha (con el exordio de Bielsa contra la
FIFA y el FBI a la cabeza de esta narrativa) que por lo que sus partidos
ofrecían. Y, a pesar de las críticas que los odiadores barruntaban
contra los supuestos beneficios que la organización le dispensaba a la
Scaloneta, terminó siendo la Selección quien le devolvió dignidad a un
torneo opaco y deslucido gracias a una nueva épica en su inventario
glorioso. Frente a otras performance más iluminadas (como las de la Copa
América 2021 y Qatar 2022, donde claramente su juego supo ser más
vistoso), esta vez Argentina no tuvo empacho en atar con tripas el
corazón sin que se le cayeran los anillos por encomendarse a trámites
más laboriosos y sufridos, donde -salvo excepciones- no tuvo la victoria
resuelta hasta el pitazo final. Ni siquiera la temible Colombia, que
llevaba 28 partidos sin perder (entre ellos un reciente triunfo ante
España, ahora campeón europeo y rival de la Selección en la Finalissima
del año próximo), pudo doblegar una templanza digna de valoraciones
mayúsculas.
La imagen de Messi llorando desconsoladamente en el banco
de suplentes con el tobillo hecho trizas linkeó directamente con la de
Diego Maradona yéndose de la mano de una enfermera treinta años antes,
en el mismo país. Pero ni siquiera los fantasmas que Estados Unidos le
genera a la emocionalidad futbolera lograron acabar con esa saga inédita
de títulos que ahora convierte a Argentina en el primer país americano
de la historia que gana dos torneos continentales y, en el medio, un
Mundial. Solo una selección había conseguido lo mismo en todo el
planeta: España entre las Eurocopas del 2008 y 2012 alrededor del
campeonato de Sudáfrica 2010. Ahora ambos equipos se enfrentarán mano a
mano en cancha neutral para determinar al mejor. Dicho esto, Argentina
guarda un nuevo torneo en su bolso y se retira de la tierra maldita con
nuevos alientos para retomar una etapa sensible de este proceso: el
retiro de Di María y las limitaciones físicas de Messi obligan a Lionel
Scaloni a acelerar el recambio de juego y liderazgos que la Selección
deberá necesariamente afrontar de aquí en más si quiere conservar la
alta vara en la competencia internacional. La pregunta central es de qué
manera el DT articulará estos cambios entre las necesidades de un
equipo que tendrá que acostumbrarse a jugar (ya sea algunos minutos o
partidos enteros) sin la presencia de sus capitanes: a la renuncia de
Fideo y la disminución de Lio se le sumará seguramente la despedida de
Nicolás Otamendi luego de su participación en los inminentes Juegos
Olímpicos de París. Los tres se pasaron la cinta en la final de Miami y
por eso levantaron la copa juntos. ¿Será la primera vez en la historia
que esa responsabilidad recaerá oficialmente en el brazo de un arquero,
como se supone que ocurrirá si es que designan al Dibu Martínez?
En
otro orden de cosas, Scaloni llevó a Estados Unidos a Alejandro Garnacho
y a Valentín Carboni, más para darles roce de vestuario que minutos de
juego, ya que ambos disputaron solo ratos ante Perú cuando la
clasificación a Cuartos de Final ya estaba confirmada. Sin embargo, se
desprenden de estas dos convocatorias las principales señales sobre un
operativo de rejuvenecimiento que ya había empezado en Qatar (donde se
afianzaron Enzo Fernández, de 23 años; Julián Álvarez, de 24; Alexis Mac
Allister, de 25; y los centrales Cuti Romero y Lisandro Martínez, de 26
ambos) pero ahora está obligado a precipitarse.
En los dos europibes
se depositan las principales esperanzas de renovación para un frente
delicadamente adverso en la última Copa América: la generación de juego,
la explosión y el ataque. Solo salvó la ropa la reaparición fulminante
de Lautaro Martínez, quien terminó como artillero del torneo y construyó
su mejor faena desde que está en la Selección. Aunque nada de eso
hubiese sido posible sin la galvanización que hizo en la otra área el
Martínez que se dedica a evitar lo que su homónimo encaja en el arco
rival: goles.
Sin contemplar posibles amistosos que puedan aparecer
en el resto del año -de momento, ninguno confirmado-, Argentina tiene
dos meses libres hasta sus próximos compromisos. Recibirá a Chile el 5
de septiembre en cancha aún a definir y cinco días después volverá a
verse con Colombia en Barranquilla, ambos por la reanudación de las
eliminatorias para el Mundial 2026. Luego, por la misma competencia, le
siguen Venezuela y Bolivia (en octubre), Paraguay y Perú (en noviembre).
Una saga relativamente accesible antes del receso de cara a la manga
más áspera: Uruguay en Montevideo y Brasil en Buenos Antes, ya en marzo
de 2025, previa de la anhelada Finalissima contra España a la que la
Scaloneta accede no solo como campeón de América, sino también como
último ganador del torneo que opone a los titulares de la UEFA y la
Conmebol.
Mientras tanto, seguiremos disfrutando de estas mieles que
no comen las hormigas, acaso el único remanso popular que tenemos en
Argentina mientras el fútbol y el planeta amenazan con volar por el aire
desde el mismo país que organizará el próximo Mundial.