Durante toda su campaña la confrontación de LLA no fue contra el
populismo (que lo practica), sino contra la democracia como sistema,
metonimizada en la palabra casta, horrible metáfora cuando precisamente
la democracia es aquello que viene a posibilitar la movilidad de clases y
no la cristalización en castas. Pero el uso de cargar de significado
opuesto a un término ya fue explicado en 1836 por Schopenhauer en su
libro Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y
ocho estratagemas: se llama “retorsio argumenti” y es la estratagema
número 26.
Que con tan poco Javier Milei haya hecho tanto, además
del alto desarrollo de una parte de su inteligencia, no habla mal de él,
sino de lo mal que estamos. Creo que Milei es una persona honrada y
bien intencionada, que no miente, que desea que la razón esté de su lado
al argumentar, o sea: no es cínico como muchos políticos, pero que no
se ha preocupado por cultivar otros saberes más allá de un campo
específico y limitado de la economía y tiene una emocionalidad
inadecuada para el cargo al que aspira. No podría decir lo mismo de su
candidata a vicepresidenta, que me resulta aún mucho más peligrosa
casualmente por carecer tanto de las virtudes como de los defectos de
Milei. Ella sí es una mujer fuerte y estable.
De la presunta
fortaleza de Milei –“el león”–, Freud diría que se trata de una
formación reactiva, un mecanismo de defensa para contrarrestar los
impulsos negativos (el miedo) a través de la exageración de lo opuesto.
Y
sobre la función fálica de la motosierra se podría escribir un
divertido ensayo si no fuera que porque lo que está en juego es la vida
de tantas personas.
Milei es un histriónico que se retroalimenta del
aplauso y la atención de los demás; el rating lo hizo. Villarruel, por
el contrario, es impávida frente al rechazo y con una agenda de
reivindicación en lugar de reparación podría tener más posibilidades que
su compañero de fórmula de gobernar por un período de tiempo más
prolongado sobre lo que en la columna de ayer ya me explayé
(bit.ly/ella-plan-de-macri) y ser aún más destructiva.
A diferencia
del endorsement previo a la primera vuelta ahora en un balotaje donde
hay solo dos candidatos, siguiendo aquella premisa de qué es lo que
significa votar a favor de la democracia, puede haber diferentes formas
de no votar a Milei, pero solo una de votar a favor de la democracia:
que es hacerlo por Sergio Massa. Los lectores de muchos años de PERFIL
saben que nunca voté por un candidato peronista: lo hice por Alfonsín
(1983), por Angeloz (1989), por Bordón (1995), por De la Rúa (1999), por
Carrió (2003), por Lavagna (2007), por Binner (2011), por Stolbizer
(2015), y nuevamente por Lavagna (2019). Vengo de una familia
antiperonista y radical, y las preferencias políticas y socioculturales
construyen desde la infancia el sesgo que arma el marco de la ventana
desde donde miramos el mundo. No sé si fueron tantos años de, quiero
creer, fructífera lectura tratando de ampliar el marco de esa ventana y
fueron necesarios 40 años de democracia para que finalmente vote al
candidato peronista, pero puedo comprender a mis muchos amigos y colegas
a quienes respeto, frente a no poder votar por un peronista y que lo
hagan por Milei. Puedo entender a los más viejos que yo que alcanzaron
a vivenciar directa o indirectamente los efectos negativos y violentos,
aunque fueran simbólicamente, del peronismo de los años 50 y nunca
puedan votar a un candidato que represente al peronismo. Puedo entender a
los más jóvenes que yo que no vivenciaron lo que significó el esfuerzo
de la recuperación democrática en los 80 y entonces no le produzca asco
moral la violencia implícita de Milei o la explícita de Villarruel y
piensen que, total, como no se puede estar peor, pruebo algo distinto.
A
los más viejos les pido que reflexionen sobre qué es hoy el peronismo.
Si sus dos dirigentes con mayor proyección a conducir el peronismo
vienen uno de la Ucedé, como Massa, y otro del marxismo, como Kicillof:
¿no es el peronismo una entelequia y aquellos que lo detestan están como
Quijote peleando con fantasmas en su caso con forma de molinos de
viento?
Y si el problema es el kirchnerismo y no ya el peronismo,
tienen todo el derecho del mundo de no querer comerse otro Caballo de
Troya pensando que Massa pasará a retiro a los K como en 2019 pensaron
que lo haría Alberto Fernández y los defraudó. Pero les pido que piensen
que existe la biología, que es inexorable, que es transideológica, que
Néstor Kirchner ya no está, que Cristina Kirchner es ya una señora
septuagenaria y que los chicos de La Cámpora ya son casi viejos y no
llegaron a más que intendentes mientras el kirchnerismo pierde las
elecciones en Santa Cruz.
A los más jóvenes les pido que reflexionen
sobre el concepto que hay detrás de la palabra “peor” expresado
cotidianamente en la repetida frase “peor no se puede estar”. Peor es
“más malo”. Al ser un adverbio es una cualidad comparativa,
intrínsecamente siempre puede haber un peor como un mejor. Aun en lo
malo siempre hay un todavía peor. Si frente a la adversidad tomamos
decisiones equivocadas, podemos empeorar las consecuencias en lugar de
mejorarlas, de la misma forma que si frente a la adversidad, tomamos las
decisiones correctas, por lo menos podremos reducir los daños.
Lo
mismo vale para la posibilidad de estar peor con una presidencia de
Sergio Massa que con la de Alberto Fernández, y ese es el análisis
correcto a realizar: cuáles son las condiciones de posibilidad para
ambas alternativas y, por carácter transitivo, cuáles son las
condiciones de posibilidad de estar peor con una presidencia de Sergio
Masa que con una presidencia de Milei. ¿Mejor o peor, esa es la
cuestión? Y no que no hay peor que con Alberto Fernández, salvo que se
crea que Sergio Massa es exactamente igual que Alberto Fernández y aun
así, si fuera idéntico, un clon, como las condiciones de posibilidad
cambian en el tiempo, también podría ser peor o mejor en el futuro.
Y
a ambos, a los más viejos y a los más jóvenes, a los cansados de
experiencias negativas y a los faltos de experiencia positivas, no
piensen que en la Argentina está todo, o la mayoría, mal. Esta semana
entrevisté a quien probablemente será el próximo Premio Nobel que
obtenga un argentino por haber logrado identificar y develar la función
de galectinas, proteínas de las células del sistema inmunológico y su
protagonismo en el desarrollo del cáncer y enfermedades autoinmunes que
permitiría la cura del 25% de los cánceres más comunes (colon, pulmón,
mama entre ellos) aún incurables.
Es el doctor en Ciencias Químicas
Gabriel Rabinovich, graduado con Diploma de Honor en la Universidad de
Córdoba, quien después de realizar estadías en el Kennedy Institute of
Rheumatology de Londres, y luego en el Weizmann Institute of Science de
Israel, decidió que quería trabajar en el Hospital de Clínicas, el mismo
del Premio Nobel Federico Leloir. Hoy dirige el Laboratorio de
Inmunología del Instituto de Biología y Medicina Experimental,
dependiente del Conicet, además de ser profesor titular regular de la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos
Aires.
Fue convocado por la Organización Europea, galardonado con la
mayor distinción otorgada por la Sociedad de Glicobiología de Estados
Unidos y es miembro asociado extranjero de la Academia Nacional de
Ciencias de los Estados Unidos. Pero Rabinovich sigue trabajando en
Argentina y ocupa el mismo escritorio que el maestro de sus maestros, el
Premio Nobel Bernardo Houssay (primero en ciencias de Latinoamérica),
quien como él mismo se especializaba en glicobiologia (azúcares).
El
doctor Rabinovich no es un anciano producto de la Argentina potencia de
comienzo de siglo pasado, tiene 54 años y le tocó formarse y
desarrollar sus experimentos en las instituciones públicas argentinas
durante este medio siglo de neodecandencia que llevamos desde 1974,
último año con indicadores de pobreza (4%) equiparables a los países
desarrollados.
El reportaje al doctor Rabinovich se publicará el
sábado próximo “aprovechando” la veda política con la expectativa de
todavía, un día antes de las elecciones, poder convencer a algún
indeciso para que no vote por Milei. La Libertad Avanza contribuyó a
enriquecer el debate político y a colocar en el agenda, aun con malos
diagnósticos y remedios, problemas que precisan ser solucionados, pero
no es la mejor opción de gobierno para esta Argentina.