El bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 El mayor atentado terrorista. Por Luis Bruschtein “Después ella se movió para irse. Fabricio la sostuvo fuerte del brazo, por encima del codo. Sentía la tela áspera del traje de tweed. Y entonces, en ese momento, los aviones empezaron a bombardear la plaza. Caían en picada y volvían a levantar y caían otra vez hacia la ciudad, rozando la Casa de Gobierno, ametrallando las calles. Una explosión extraña, sorda, se oyó en el borde de la Recova y el trole se quebró al recibir la bomba. La gente caía una sobre otra; se los veía por la ventanilla moverse y agitarse, lejanos, como suspendidos en el aire sucio.
Los asientos vacíos arrancados. Una mujer abría y cerraba los brazos,
gritaba, en silencio, del otro lado del vidrio. Todo sucedió en un
instante. Elisa retrocedió, Fabricio no la soltó. La gente corría, el
ruido era intermitente. Estaban sobre Paseo Colón, a resguardo. La
arrastró hacia la Recova. El humo y los escombros ensombrecían el cielo.
De golpe empezaron a sonar las sirenas de alarma. Recién en ese momento
Fabricio supo lo que había venido a hacer.” (Del cuento Desagravio, de
Ricardo Piglia). Ahora se puede leer, se puede saber y se puede hablar,
pero en ese momento ni siquiera el gobierno peronista se animó a mostrar
escenas del bombardeo para no provocar represalias. Durante décadas se
ocultaron. Fue el bautismo de fuego vergonzoso, en plan de acción
terrorista, de la Fuerza Aérea y de la aviación aeronáutica. Hubo
glorificación de los asesinos y silencio para las víctimas.
308
muertos, a los que debería sumarse "un número incierto de víctimas cuyos
cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las
mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones", según la
investigación que hizo en 2010 el Archivo de la Memoria de la Secretaría
de Derechos Humanos de la Nación. De los más de treinta aviones que
arrojaron trece toneladas de bombas aproximadamente, decía Gonzalo
Chávez en su libro sobre los bombardeos: “El más perverso fue Carlos
Enrique Carus quien tiró la última bomba y además arrojó los tanques
suplementarios de combustibles sobre 30.000 trabajadores que estaban en
la Plaza, para prenderles fuego”.
El informe del Archivo de la
Memoria dice también que “entre las personas asesinadas fueron
identificadas 111 activistas sindicales de la CGT, de las cuales 23 eran
mujeres. También fueron identificados 6 niños y niñas muertos, el menor
de ellos de 3 años. La mayoría de los muertos fueron argentinos, pero
fueron también identificados 12 italianos, 5 españoles, 4 alemanes y 6
muertos de nacionalidades boliviana, chilena, estadounidense, paraguaya,
rusa y yugoslava”.
Algunos nombres de los involucrados, algunos de
ellos arrestados, por el mayor atentado terrorista de la historia
argentina intervinieron en la vida política del país y muchos en la
última dictadura. Los pilotos fugados a Uruguay fueron recibidos por
Guillermo Suárez Mason, prófugo de la Justicia argentina desde su
participación en el intento de golpe de 1951. Entre los pilotos y
tripulantes de aviones estaba Máximo Rivero Kelly, quien luego fue
acusado de delitos de lesa humanidad como jefe de la Base Almirante Zar
de Trelew y de la Fuerza de Tareas 7 de la zona norte de Chubut; Horacio
Estrada, jefe del grupo de tareas de la ESMA; Eduardo Invierno, jefe
del servicio de Inteligencia Naval en la dictadura; Carlos Fraguio, jefe
de la dirección general naval en 1976 con responsabilidad en los
centros de detención como la ESMA y la escuela de suboficiales de la
Marina; Carlos Carpintero, secretario de prensa de la Armada en 1976;
Carlos Corti, su sucesor, y Alex Richmond, agregado naval en Asunción.
De la Fuerza Aérea, Jorge Mones Ruiz, delegado de la dictadura en la
SIDE de La Rioja y Osvaldo Andrés Cacciatore, futuro intendente de la
ciudad de Buenos Aires. Los tres ayudantes del contraalmirante Aníbal
Olivieri, ministro de Marina y jefe de la conspiración eran los
capitanes de fragata Emilio Massera, Horacio Mayorga y Oscar Montes.
Massera integró la primera de las Juntas Militares, a partir de 1976,
Mayorga estuvo involucrado en la masacre de Trelew y Montes fue
canciller de la dictadura. Lo que mostraron en esos años, lo fueron
aplicando a lo largo de varias dictaduras con el beneplácito de una
parte importante de empresarios y políticos.
Crecimos viendo los
agujeros de metralla en los edificios que rodean la Plaza de Mayo. Pero
misteriosamente había sido un bombardeo en el que más de 30 aviones
arrojaron 13,5 toneladas de bombas sobre la población civil, además de
ametrallarla, y nadie había visto imágenes de lo bombardeado.
Seguramente habrá sido un bombardeo con la plaza vacía, se podía pensar.
Porque todavía no se habían escrito cuentos y menos se había
investigado o publicado y lo único que había era un boca a boca que
cualquiera podía pensar que era exagerado.
Cuando en esos años
posteriores a 1955 hablaban de la “Revolución Libertadora que había
salvado a la Argentina de una tiranía”, se glorificaba a estos
bombardeos y mostraban en la tele unos avioncitos dando vueltas en el
cielo. Pero no mostraban lo que había pasado abajo. No mostraban el
trolebús con los pasajeros destrozados, ni los autos incendiados con
cuerpos sangrantes, ni los gritos de los heridos, ni la gente corriendo
bajo la metralla. Estos militares se autodefinían como republicanos y
democráticos, odiaban a Perón, pero más odiaban a los peronistas. Porque
el bombardeo a la población civil fue a conciencia, para amedrentar,
para que los peronistas aprendieran a portarse como ovejas y agacharan
la cabeza. Por eso Gonzalo Chávez dice en su libro que el más perverso
de todos fue Carus, porque fue el último que sobrevoló la plaza, donde
habían empezado a reunirse los obreros convocados por la CGT. El
levantamiento ya había sido derrotado, los cabecillas habían huido a
Uruguay, y a su avión se le había acabado la munición, pero decidió
bombardear a los obreros con su tanque de combustible extra.
Hubo una
generación que creció con muchas preguntas en la cabeza, con demasiadas
paradojas entre dictaduras buenas y gobiernos populares malos. El drama
de las cientos de víctimas y sus familias, la enorme cobardía de esos
aviadores y de sus jefes, fue tapada por la historia. Recién en 2008, la
justicia determinó que se trató de delitos de lesa humanidad, pero el
juez Rodolfo Canicoba Corral determinó que se había tratado de un
“intento de magnicidio” y archivó la causa. Pasaron 68 años y esa
masacre cobarde todavía se considera por algunos como “republicana y
democrática”.