Si el desenlace iba a ser este de hoy en Lusail, con la copa bien alta
en sus manos, con su sonrisa plena nacida del alma y con lágrimas de
felicidad en el rostro de los todos argentinos en el estadio, bien valió
la pena el espinoso camino recorrido desde su debut hace 17 años.
Pero
antes de ese instante eterno tuvo que sufrir a extremos desquiciados,
al punto de sentir de cerca el riesgo de perderlo todo, de volver a las
peores sensaciones, después de haber marcado dos goles en la final de lo
que fue -definitivamente- su Mundial.
Cuán lejos quedaron las
críticas despiadadas, la desconfianza sobre su amor por la camiseta, la
subestimación de su liderazgo, las frustraciones por las finales
perdidas y aquella renuncia producto de la impotencia por no conseguir
lo que más deseaba a lo largo de su brillante carrera: ser campeón con
Argentina.
"Se terminó la selección para mí, ya está, es por el bien
de todos. Me duele más que a ninguno no poder ser campeón con Argentina.
Lo busqué, era lo que más quería pero no se me dio. Son cuatro finales
perdidas, tres seguidas... Es una lástima pero tiene que ser así",
declaró un Messi asolado después de caer ante Chile en la Copa América
del Centenario, el 27 de junio de 2016.
Aquella noche en el MetLife
Stadium de Nueva York falló su penal en la tanda de definición y el
final de la historia fue idéntico al de un año antes cuando los
transandinos festejaron de locales la Copa América 2015.
La maldición
de Messi había comenzado en Venezuela 2007 con un plantel de estrellas
(Ayala, Zanetti, Verón, Mascherano, Cambiasso, Aimar, Riquelme, Crespo,
Tevez y Saviola, entre otros) y continuado en el Mundial de Brasil con
la generación ganadora de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos
Beijing 2008.
Los títulos, los récords, los goles, los Balones de Oro
y las jornadas épicas con Barcelona no hacían más que exponer el
contraste de lo vivido con la Selección, a la que decidió regresar en
menos de tres meses impulsado por su compromiso con los colores y su
espíritu competitivo.
En el contexto de una AFA descabezada tras la
muerte de Julio Grondona, con un proyecto de selecciones tambaleante, el
capitán volvió a intentarlo y se golpeó fuertemente en Rusia 2018, su
cuarto Mundial, a los 31 años.
El calendario le presentaba Qatar 2022
como la última oportunidad, pero antes había que reconstruir una
Selección devastada tras el paso de Jorge Sampaoli. La ausencia de
compromisos oficiales hasta el año siguiente posibilitó que se hiciera
cargo de forma interina un excolaborador de Sampaoli, a cargo del
seleccionado Sub 20 y sin experiencia en la dirección técnica.
Messi
no se incorporó al ciclo de Lionel Scaloni hasta marzo de 2019 para un
amistoso ante Venezuela y el resultado, derrota 1-3 en Madrid, parecía
acelerar el proceso de búsqueda de un nuevo DT.
Sin embargo, la
incorporación de nuevos colaboradores, todos de respetable trayectoria
como futbolistas de la Selección, le dieron vida al ciclo hasta la Copa
América 2019, en la que Argentina terminó tercera por una injusta
derrota ante Brasil en semifinales.
Scaloni supo tocar las teclas
para formar un nuevo grupo de jóvenes, que rodeada a un Messi maduro
pero igualmente genial. "Tuve que adaptarme a un grupo ya formado",
reveló tiempo después cuando la campaña marchaba sobre rieles.
Superada
la pandemia ocurrió lo mejor: la aparición de un equipo cada vez más
confiable y de un plantel que trabó lazos indestructibles. El buen
inicio de Eliminatorias preparó al equipo para el momento del click, la
Copa América 2021, ganada a Brasil en el Maracaná con el "sombrerito"
eterno de Ángel Di María.
Con 34 años recién cumplidos, Leo Messi
lideró la Selección que sepultó la sequía de 28 años sin títulos y pudo
gritar campeón por primera vez con la mayor. La redención tan anhelada
había llegado en las condiciones ideales. Maracanazo liberador.
Allí
nació el encanto del hincha con la Scaloneta y una atmósfera de unidad
que alentó a nuevos triunfos, con Messi cada vez más a gusto, sin las
presiones por transformarse en el salvador en cada partido. La cómoda
clasificación al Mundial, la Finalissima y el invicto más importante de
la historia (36 partidos) fluyeron con naturalidad.
Messi afrontó el
Mundial de Qatar con múltiples desafíos y los superó con la misma
simpleza que elimina a sus rivales dentro de la cancha. Desplegó un
festival de goles, asistencias y récords con un liderazgo
incuestionable. Hizo el mejor Mundial de su carrera para terminar con
todo tipo de discusión.
Se transformó en el futbolista con más
partidos y en el argentino más goleador de la historia de la Copa del
Mundo. Llevó a la Selección de la mano en cada instancia y alcanzó la
gloria en su última presentación por la máxima competencia FIFA. ¿Quién
hubiera escrito un mejor final?
Nadie que no tuviera una zurda de
trazo fino, una varita escondida debajo de la media y el botín, capaz de
generar una noche mágica, no exenta de sufrimiento, como la de hoy en
Lusail. Bienvenido Leo a la mesa de Di Stéfano, Pelé y Maradona, los
dueños de la historia de este deporte. Todo está en su lugar.