Argentina (3) funcionó en modo montaña rusa: perdió con Arabia Saudita
(51), jugó bien en el segundo tiempo contra México (13), muy bien contra
Polonia (26) y más o menos contra Australia (38). El de Países Bajos
fue su primer partido ante un equipo en el top ten del ranking de la
FIFA. Y volvió a funcionar con subidas y caídas de tensión hasta que
terminó festejando a lo loco el pase a la semifinal en el mismo día en
que Brasil sacó pasaje de retorno.
La historia dice que Argentina
nunca perdió con el arbitraje de españoles en la Copa del Mundo. Contra
Bulgaria en el 62 (1 a 0), contra Haití en el 74 (4 a 1), contra Corea
del Sur en el 86 (3 a 1), contra Holanda en el 2006 (0 a 0) y ahora con
Mateus Lahoz, árbitro difícil que deja jugar y le gusta ser
protagonista, adelantó antes del partido un amigo español. Tenía razón
con eso de querer ser protagonista. Dejó jugar poco, cortó mucho y dio
exagerados diez minutos de alargue. Tal vez sea exagerado
responsabilizarlo por las angustias padecidas.
Números y más números.
Por Mundiales jugaron seis veces: goleada holandesa en el 74; revancha
en el 78; 2 a 1 ganaron los naranja en el 98; 0 a 0 en el 2006, otra vez
0-0 en el 2014, con Chiquito Romero convertido en héroe; y esta vez el
que se convirtió en héroe fue Dibu Martínez, que atajó los dos primeros
penales ejecutados por los de naranja y fue clave para la definición.
Nunca Argentina le pudo ganar en lo 90, pero ¿a quien cuernos le importa
ese detalle?
Los números no siempre van al fondo de la cuestión: 3,
5, 2 en la formación de Países Bajos y 3, 5, 2 en la formación de
Argentina. Como un espejo. También podría interpretarse como 5, 3, 2, en
unos y otros. Esquemas que se flexibilizan cuando la pelota empieza a
rodar. Una de las claves del partido, había coincidencias generales,
estaba en las subidas de los laterales holandeses Dumfries y Blind, que
habían sido vitales en el partido contra Estados Unidos, y por eso
Scaloni optó por la línea de 3/5 y le salió redondo. Al punto que los
laterales de naranja aportaron poco y los dos de Argentina se anotaron
en los dos goles: Molina en el primero tras un pase magistral de Messi y
Acuña en el segundo, provocando el penal que le permitió a Messi
señalar el segundo.
Los números no dicen nada sobre todo lo que se
sufrió en el último tramo de los 90 minutos iniciales. Argentina ganaba
2-0, venía defendiendo con al pelota que era lo más aconsejable, pero de
a poco fue metiendo la cola en el área empujado por su miedo y por la
desesperación de los rivales, que quebraron todos sus esquemas y hasta
lo mandaron a Virgil van Dijk de 9. Descontó Weghorst, cuya entrada fue
fundamental para su equipo con un cabezazo. Y a los 101 minutos, en una
discutible falta, llegó el empate de pizarrón, como un mazazo. Menos de
un minuto quedaba para el 2-1 que llevaba directamente al séptimo
partido y parecía que todo se venía abajo. Pero resultó que en el
alargue y, sobre todo en la segunda parte de esos 30 adicionales, el
equipo de Scaloni retomó el protagonismo y hasta pudo liquidarlo al
final con un remate de Enzo Fernández que devolvió el palo. Vuelve la
pregunta: ¿Había necesidad de sufrir tanto? ¿No se enamoró demasiado
rápido de la ventaja? Puede ser, pero también hay que valorarle a este
equipo que se repuso en la adversidad, que terminó apretando al rival
cuando se venía la noche, que tuvo el coraje necesario para ir a buscar
el 3-2 y no lo consiguió en el juego, pero sí en los penales. Y en el
balance, es lo más lógico, lo más justo.
Los números que quedarán
registrados en la historia dicen que Martínez atajó dos penales, que
Argentina metió cuatro y Países Bajos, tres. Y eso significa que
Argentina jugará una de las semifinales contra Croacia y que, en una de
esas, el próximo 18 disputará la final y tal vez Messi consiga el título
mundial que se merece más que nadie. Todo lo demás es opinable.