No se trata de un pequeño sector que no representa a la mayoría de los
que asisten porque la violencia es generalizada, está en el tono de las
consignas que gritan, en los carteles que llevan y en la actitud de los
manifestantes. No puede ser de otra forma porque la convocatoria es en
términos violentos y porque sus referentes se expresan en forma
violenta. Los manifestantes acatan los términos como fueron convocados y
reproducen las actuaciones de sus referentes.
Hay una
responsabilidad política por este tipo de manifestaciones que llevan a
su punto más crítico la posibilidad de convivencia con la mayoría de las
personas que piensa de otra forma. Cada golpeador y agresor tiene una
responsabilidad, pero la alianza Juntos por el Cambio y el grupo de
periodistas afines al macrismo deberían asumir la responsabilidad
principal de este fenómeno que atenta contra la posibilidad de vivir en
paz y en democracia.
No hay un reclamo puntual, como puede ser una
marcha por aumento salarial o en defensa de las jubilaciones. Los
planteos que se escuchan ni siquiera están en relación con la consigna
de la convocatoria, que se convierte en una excusa. El odio está puesto
en el otro. Odian al gobierno que no es el que ellos quieren. No
conciben que tendrán oportunidad de volver a votar. Si no es el gobierno
que ellos quieren, hasta ahí llega el concepto que tienen de
democracia. Convertir a la cuarentena por la peste en una dictadura
stalinista es de un silogismo tan simplón que no resiste la inteligencia
de un mono. Reclamar por la libertad en relación con la cuarentena, un 9
de Julio, el día que los argentinos declararon su libertad frente a la
corona española, es como si la corona española hiciera una marcha porque
una manga de autoritarios coartó su libertad de tener a la Argentina de
colonia.
Sí señor, la corona no tiene libertad para tener colonias
subyugadas. Sí señor, nadie tiene libertad para infectar a otro con una
peste que le puede costar la vida. Si esta gente que usurpa el nombre
libertario --como se conocía a los viejos y verdaderos ácratas-- reclama
libertad para contagiar al prójimo, es porque entiende la libertad como
su libertad y como una forma de supremacía para subordinar a los demás.
No
es contradictoria esa equiparación con la corona española y los
próceres de la independencia. La corona española tenía un derecho que
era su fuerza militar y usaba su libertad para subordinar la libertad de
los otros. Estos libertarios negativos --opuestos a la libertad-- que
marchan contra la cuarentena, piensan que frente a dos personas con
derechos cuyos intereses colisionan, prevalece el derecho del más
fuerte. No hay nada menos libertario que reivindicar la libertad del que
tiene más fuerza para subordinar al otro. Esa es la esencia del
autoritarismo.
Esa fue la consigna más racional de los que marcharon.
En la semana se conoció la muerte de uno de estos manifestantes, el
jubilado Angel Spotorno , de 64 años, militante del PRO. Spotorno tenía
todo el derecho de elegir la forma de morir, incluso solo y asfixiado
por el virus, como sucedió. Pero no tenía ningún derecho a poner en
riesgo de sufrir esa misma muerte a decenas de ciudadanos que tuvieron
contacto con él en esos actos, incluyendo a periodistas y transeúntes.
No existe libertad para contagiar la muerte.
Si lo que se reclama es
una cuarentena administrada, flexibilizada o lo que sea, pongan el
debate en la sociedad, exhiban sus ejemplos y los argumentos científicos
que sostienen esa postura. No tienen necesidad de acusar de stalinistas
e insultar a los que opinan diferente. Es otro rasgo autoritario de
estos falsos libertarios. La locutora de un noticiero de televisión
quiso mostrarse ofendida por la frase de Alberto Fernández en su
discurso del 9 de Julio cuando dijo que venía a terminar con los
odiadores seriales. La mujer se enredó en sus disquisiciones y lo que se
escuchó fue que el odiador tiene derecho a odiar: “No tiene derecho,
¿quién se cree? por más que sea presidente, no es quien para sacarle ese
derecho a la gente”. Fue lo que se entendió.
La intención de esa
frase del Presidente no fue quitarle un derecho al odiador serial, sino
reivindicar el derecho de la inmensa mayoría de los argentinos que
quieren vivir en paz y en democracia, algo que el odiador serial, como
actor político, rechaza. Son dos derechos en pugna: el del que odia lo
que la mayoría quiere y el de la mayoría.
Promover el odio es la
mejor forma de ocultar una propuesta que favorece los intereses de las
minorías privilegiadas. Porque esas propuestas solamente pueden ser
apoyadas por quienes se verán favorecidos que, por definición son muy
pocos.
El odiador no debate, no confronta ideas, no ofrece con
claridad una propuesta alternativa a lo que motiva su odio. Entonces es
imposible establecer reglas de juego porque el odiador inhabilita el
diálogo. El odiador serial promueve la violencia de los que lo acompañan
y provoca la violencia de los que agrede. La consecuencia directa del
odio es la violencia.
Uno de los autos de la caravana llevaba la
consigna: “Fase 1: fusilar a los políticos”, “Fase 2: Fusilar a los
sindicalistas”, “Fase 3: Argentina empieza a despegar”. Uno de los tipos
que amenazaron a los periodistas del móvil de C5N gritaba: “¡Ya van a
tener miedo, ya van a tener miedo!”.
El mensaje que publicó en las
redes el diputado de Juntos por el Cambio, Fernando Iglesias, decía:
“Cristina chorra, vamos por vos”. Es imposible establecer un diálogo
mínimo en ese tono.
Pero la frase de Alberto Fernández apuntó al
documento promovido por Patricia Bullrich que firmaron los jefes de los
tres partidos que conforman la alianza donde, sin fundamentos ni el más
mínimo conocimiento del hecho, hicieron acusaciones de mucha gravedad a
la vicepresidenta Cristina Kirchner con relación al asesinato de Fabián
Gutiérrez en Santa Cruz.
Cuando llegó al gobierno, el macrismo
declaró una “guerra de policía” o “lawfare” que buscó despolitizar al
disidente para combatirlo como delincuente común. Ese camino cierra
cualquier posibilidad de diálogo. El macrismo creyó que ante esa
ofensiva el kirchnerismo se dispersaría. Pero no sólo no fue así, sino
que el kirchnerismo se cohesionó como mayoría relativa e integró una
fórmula presidencial que desplazó al macrismo del gobierno.
En vez de
recurrir a la misma estrategia de persecución, el nuevo gobierno
planteó el diálogo con la oposición que ahora es el macrismo. Si el
macrismo insiste desde la oposición con la misma estrategia de
despolitizar a su adversario y tratarlo como delincuente, la política
queda desplazada por una lógica de guerra de exterminio de alguno de los
dos por el otro.
Tampoco se trata de salvar diferencias por puro
voluntarismo cuando hay políticas que responden a intereses diferentes.
En democracia hay disputa y confrontación, hay adversarios e incluso
enemigos. Justamente por eso son necesarias las reglas de juego. Sin
reglas de juego, esa disputa se convierte en violencia, guerra y
represión. La estrategia del macrismo cuando lanzó el lawfare, pateó el
tablero. Si insiste será responsable de llevar al país a un nuevo
escenario de violencia.