Estos pensamientos estuvieron anidados en la memoria de varias camadas
de oficiales argentinos desde que en 1910 el militar alemán fue parte de
la delegación de su país a los festejos del Centenario de la Revolución
de Mayo; seguramente los habrá compartido en reuniones o ágapes entre
colegas.
Lo cierto es que llegada la década de 1940 gozaban de buena
predisposición en grupos de militares argentinos, sobre todo aquellos
que, encuadrados en una visión nacionalista, opinaban sobre la
conveniencia de consolidar un país soberano desde lo económico y con
capacidad industrial suficiente para desarrollar una infraestructura
productiva ligada a lo bélico. El surgente e influyente GOU era de este
sentir.
Hay modelos históricos que sí se sostienen en la idea de un
pueblo o Nación en armas como definitorio del momento en que se amplía
el instrumento profesional de defensa y se incorpora en forma masiva a
otros participantes. Bajo esa premisa, refieren a un momento dado,
táctico y coyuntural como lo son algunos episodios militares que
obliguen a una convocatoria “popular” a las armas. Particularmente se da
en los países que sostienen estructuras militares muy profesionalizadas
y no tan numerosas, pero cuentan con legislaciones que aseguran fuertes
e importantes reservas humanas que en caso necesario son convocadas de
urgencia. Un caso, más hipotético por su ausencia histórica en guerras,
es Suiza, y otro más tangible es Israel.
Suiza tiene casi cuatro mil
polígonos de tiro en todo el país. Cuentan que es más común encontrar un
lugar donde disparar con un fusil que donde jugar al fútbol. Eso ha ido
desarrollando a lo largo de cientos de años una vinculación entre el
ciudadano y las armas que habla de una naturalización casi absoluta.
Desde 1291, que es cuando comienza a conformarse la Confederación
Helvética, los suizos se arman como forma de sentirse seguros ante
invasiones externas o excesos de gobernantes internos. Era común en esos
años que campesinos suizos y habitantes de las ciudades no formados en
lo militar, derrotaran en campos de batalla a ejércitos extranjeros de
soldados profesionales. Ya cerca del siglo XIX, y con Suiza constituida
en un Estado moderno, se conforma una regla de oro en política exterior
que es la neutralidad; entonces se hizo formal la experiencia cultural
histórica de una gran liberalidad en el uso de armas, la práctica de
tiro y, lo más importante, un sistema de defensa formado por milicias
convocadas en caso extremo. Estas milicias son un verdadero ejército de
ciudadanos lejanos al profesionalismo militar pero expertos en la
utilización de armas, ya que es obligatorio alistarse durante 18 semanas
a todo hombre que cumpla 19 años y tener 4 meses de instrucción militar
y luego, una vez por año y hasta los 30, deberá hacerlo durante tres
semanas. Cada miembro de la milicia guarda su arma reglamentaria en el
propio hogar. No ha ocurrido en la historia moderna, pero en caso
necesario podrá verse en el país helvético una verdadera Nación en
Armas.
El otro ejemplo es Israel, donde existe un ejército regular,
no tan grande desde la cantidad de sus integrantes y excelentemente
preparado y equipado. Pero la base cuantitativa de su poderío físico
esta dado por cientos de miles de reservistas, quienes cumplen periodos
de instrucción sumamente completos, son responsables de sus armas
provistas y al ser convocados ante una eventualidad de conflicto armado
(lo hacen mediante una contraseña emitida en emisoras comerciales de
radio) acuden en un tiempo prefijado a sus unidades, ya provistos con
sus uniformes y armas de mano. Al igual que en Suiza, estos reservistas
no son soldados profesionalizados. Pero al revés que en el país alpino,
en el Estado medio oriental sí fue verificada la utilización de esta
idea que hace a la Nación en Armas.
Durante el siglo XVIII este
pensamiento de la Nación en Armas se hizo realidad en la primera parte
de la Revolución Francesa con los ejércitos ciudadanos. En nuestro
suelo, algo similar ocurre durante las dos invasiones inglesas (1806/7),
donde el pueblo porteño, sin estar encuadrado en milicias, defendió,
con artes militares la ciudad invadida de Buenos Aires.
Pero el
referir de Perón hay que verlo desde otro lugar. La idea de Nación en
armas tiene más que ver con lo estratégico que con lo táctico. Su pensar
arrimaba una noción de industrialismo para fabricar vehículos
militares, tener autonomía en combustible, posibilidad de armamento
propio. O sea que la Nación en armas era un concepto integral de
desarrollo del país en torno a su autonomía para la defensa. Pensemos
que esto se dice en 1944, cuando aún no terminaba la Segunda Guerra, y
se elabora como pensamiento durante la primera mitad de la década del
’50 en un contexto de mundo en conflicto y con carreras armamentistas
como práctica usual de la mayoría de los países.
Cuando Perón
recupera con agregados propios la vieja idea del Barón prusiano, vemos
que ya incluye contenidos vinculados a aspectos sociales, como la salud y
el mundo laboral. Dice Perón: “Se requiere un ejército profesional bien
armado, equipado, abastecido y una Nación que construya los basamentos
culturales para que eso exista. Ese ejército necesitará soldados sanos y
por ende la Nación y su gobierno deberá plantearse políticas de salud
que garanticen una juventud libre de enfermedades endémicas o provocadas
por la escasez sanitaria. Ese ejército precisará trabajadores sanos y
alfabetizados y ahí la Nación y su gobierno tendrán su rol al cumplir
metas de educación.”
Obviamente, este planteo ya vislumbra la
necesidad de que el Estado confíe en leyes sociales y de resguardo de la
salud, la educación, el trabajo y de protección a los niños y
adolescentes.
La mirada de Perón apunta a una integralidad
estratégica de la Nación. De ahí que entienda que desde la explotación a
los trabajadores no pueden surgir buenos soldados y mucho menos que
crean que es su deber defender un país que los doblega socialmente. Y
hay más dispositivos que nacen del concepto bélico y servirán para un
plan moderno de gobierno, como la necesidad de censos para saber cuáles
son los recursos disponibles, cantidad de habitantes y datos atinentes a
producción, regiones y fronteras.
Y sabiendo (o tal vez conociendo)
la frase de Gramsci: “De cómo se organiza una sociedad devienen todos
los conflictos al interior de la misma”, el Perón de aquellos tiempos ya
preveía que el modelo surgido de la lectura sobre la obra del general
Von Der Goltz y que en su concepto estratégico nacional tenía más que
ver con la “felicidad del pueblo” y la “grandeza de la Nación” que con
la guerra, iba a generar muchos conflictos en el seno de la sociedad
argentina de entonces, acostumbrada al dominio de clase y el escaso
respeto por los más humildes.