Este papelón histórico se prolongó incluso después de consumada la
medida, habida cuenta de que los jugadores boquenses se acomodaron como
para seguir el partido y los de River no podían retirarse a los
vestuarios porque carecían de una manga por donde hacerlo.
Si hay
continuidad o no, lo decidirá el Tribunal de Disciplina de la Conmebol,
con la prontitud necesaria a partir de que los cuartos de final se
llevarán a cabo desde la semana próxima.
En el medio,
conatos de agresión entre el presidente de River, Rodolfo D'Onofrio, con
Rodolfo Arruabarrena y de este insultando a su colega Marcelo Gallardo,
mientras Ramiro Funes Mori, Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter y
Leonel Vangioni mostraban sus espaldas enrojecidas y sus ojos
extremadamente irritados.
Antes estuvo lo futbolístico, y en ese
aspecto esos únicos primeros 45 minutos mostraron la peor versión de
Boca, sin juego asociado, precisión y garra, y a la vez ratificaron la
mejor de River, con solidez, despliegue y, principalmente, inteligencia.
Boca,
ante la necesidad de revertir el 0-1 de la semana pasada en Núñez,
salió a jugar con un 4-3-3, pero no tuvo ni tranquilidad ni claridad
para exigir a una sobria última línea del equipo de Gallardo.
Fernando Gago, el conductor del conjunto de Arruabarrena, nuevamente quedó en deuda, ya que no logró imponer su juego.
Pero
también es real que ni Marcelo Meli ni Pablo Pérez, los otros tres
volantes, se acercaron para formar un circuito futbolístico.
En consecuencia el tridente ofensivo, Cristian Pavón, Daniel Osvaldo y Federico Carrizo, quedó muy aislado.
Boca
fue un equipo partido, sin una idea de juego, y la mejor muestra de eso
fue que Daniel Díaz, el pilar de la zaga defensiva, fue la mejor y -tal
vez- única salida.
Apenas un remate de Osvaldo, que mostró algo de temperamento, a los 25 minutos inquietó a un seguro Marcelo Barovero.
River,
con un 4-4-1-1, que por momentos mutó a un 4-3-2-1, hizo su trabajo a
la perfección: lució sólido atrás, manejó con criterio la pelota y así
impuso su ritmo a un partido chato -desde lo futbolístico-, lo que más
le convenía.
El trabajo de los volantes fue fantástico: Leonardo
Ponzio, el DT dentro del campo de juego, fue el guía, mientras que
Matías Kranevitter y Carlos Sánchez, el autor del gol de penal en la
ida, lo siguieron a la perfección.
Pero lo más importante es que
tanto Sebastián Driussi como Gonzalo Martínez, dos volantes de
características más ofensivas que defensivas, fueron los primeros en
trabajar para recuperar la pelota.
Esa fue la máxima virtud del
equipo visitante: la solidaridad. A partir de eso, jugó el encuentro que
quiso. Y los cuatro del fondo no fallaron nunca.
Después, el
escándalo y lo antedicho. El presidente de River, Rodolfo D´Onofrio, y
varios dirigentes del club ingresaron al campo de juego (algo lógico
desde lo humano, pero fuera del reglamento) y fruto de eso se generó una
discusión con Arruabarrena.
Frente al escándalo, también
entraron a la cancha Juan Carlos Crespi, vicepresidente segundo de Boca,
y otro directivos de la institución.
Y "la frutilla del postre"
para que todo sea aún más vergonzoso fue la aparición de un "drone", un
artefacto tecnológico que vuela a control remoto, con un telar de la
forma de un fantasma con la letra B -por el descenso de River en el
2012-, desde la tribuna baja.
La iniciación de la segunda etapa
nunca se concretó. El árbitro Darío Herrera había suspendido el partido.
Ahora todo quedará en manos del tribunal disciplinario de la Conmebol.