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Una estrategia con los pies en la tierra

Una estrategia con los pies en la tierra

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Por Eduardo Anguita
Domingo 5 de febrero de 2012
eanguita@miradasalsur.com

La evolución de la actividad agropecuaria en la Argentina estuvo históricamente determinada por el altísimo nivel de concentración de la propiedad de la tierra y de su modalidad de explotación. Hace casi un siglo, en 1914, se llevó a cabo un censo que indicaba que el 5% de los propietarios tenía el 55% de los campos explotados. Pero, además, el Estado ni siquiera fijaba normas de arrendamiento a los campesinos y chacareros que les permitiera convertirse en una clase media rural, tal como sucedía en Canadá o Australia, por citar naciones que también estaban en la órbita del Imperio Británico. Es más, fueron feroces contra los agricultores que reclamaron mejoras en las condiciones de alquiler de las tierras. Precisamente en junio, se va a cumplir un siglo del Grito de Alcorta, cuando los colonos del sur santafesino iniciaron una lucha valiente impulsada por la baja de los precios internacionales de los cereales. Tras casi dos meses de cortes de rutas y protestas generalizadas, los terratenientes del lugar modificaron los contratos y surgió así un actor social que pujó por hacerse un lugar en la vida política y la lucha de intereses sectoriales de la Argentina. Surgió, de aquellas jornadas, la Federación Agraria Argentina.
modifiquen, con los pies sobre la tierra

Ese actor social era más el fruto de la inmigración italiana y española que de las poblaciones originarias americanas, para las cuales aquella Generación del ’80 había usado otro método. Lo sintetizó Sarmiento, con ese cinismo brillante que lo hizo el mejor defensor del modelo unitario y también un crítico muy ácido del protagonismo de Julio Argentino Roca, el líder del elitista del modelo agroexportador. Sarmiento tradujo con una bruta chicana el lema de Roca “paz y administración”. Según el sanjuanino, la fórmula real era “Rémington y empréstitos”. Es más sabida la importancia del fusil de retrocarga en el aniquilamiento de los pobladores originarios, aunque conviene subrayar cómo se popularizó el nombre de ese arma que permitía matar a distancia a mujeres que estaban en sus casas –que eran tiendas pero eran sus casas– o a los hombres que estaban a caballo con boleadoras y lanzas. Fue el “rémington patria”, nada menos, una marca cultural que resuena, para algunos, como una herencia difícil de digerir mientras que otros ocultan con un dejo de vergüenza y nostalgia. Lo de los empréstitos es menos sangriento pero tan cruel: la banca pública argentina (el Banco Provincia de Buenos Aires y el Banco Nacional, creado en 1872 y fundido al poco tiempo, luego convertido en Banco Nación) garantizaba los créditos que los terratenientes tomaban en el mercado financiero de Londres y cuando no los pagaban, el garante se hacía cargo de la cuenta. Por supuesto, la misma banca londinense después recargaba no el Rémington, sino las cuentas con empréstitos que eran papeles y no oro, pero que engrosaban la deuda externa argentina. El gran periodista económico Julio Nudler le dijo hace unos años a quien escribe estas líneas una frase que circulaba en el Banco Nación, lugar donde todavía están los óleos de los directores y presidentes que, salvo honrosas excepciones, hasta 2003, eran terratenientes o financistas vinculados a la banca extranjera. La frase es: “Los bancos no se roban con armas o con llaves sino con firmas”. Es evidente, el momento de claro enfrentamiento con ese modelo agroexportador fue la década de 1945-1955, donde la banca pública estuvo al servicio del modelo de sustitución de importaciones y que, con éxito, lograba transferir las rentas extraordinarias del sector primario hacia la industria que incluía, además, un incremento extraordinario de los ingresos populares. La existencia del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, que funcionaba bajo la órbita del Banco Central.

2012. El film de catástrofes naturales y castigos divinos que llevó el nombre del año que empezamos a transitar puede ser tomado por algunos como una anticipación de las diversas turbulencias que se viven, especialmente en los países más ricos de la Tierra. Pero las explicaciones de lo que pasa no deben buscarse en el calendario maya, sino en la crisis de las hipotecas subprime. Algo no muy distinto de lo que pasaba en la vieja Argentina oligárquica de fines del XIX, pero esta vez en Estados Unidos, España y otros países industrializados. La voracidad de los poderosos de las finanzas, con los permisos legislativos desregulatorios, convirtió las cuotas de la casa propia en un bono para la timba financiera. Es decir, los bancos dieron créditos a clientes no muy seguros, que compraban viviendas sobrevaluadas y les ponían una tasa de interés alta. Como la historia no cerraba, esos créditos los compraban otros bancos, llamados generosamente “fondos de inversión”. Una perversión como la del fusil patria, con la ventaja que los titulares de los fondos de inversión pagan unos impuestos irrisorios porque la palabra inversión en Estados Unidos es tan sagrada como la palabra Patria en todos lados. Entonces, los llamados inversionistas de la era de la valorización financiera pagan pocos impuestos y logran que la Reserva Federal norteamericana salga en su auxilio. Eso sí, a costa de que la relación deuda-PIB de la primera economía y potencia militar del mundo sea del 100%. Un verdadero disparate si es que a este modelo de dominación global se lo puede llamar capitalismo.
Los anuncios de la Presidenta del miércoles por cadena nacional son una muestra palmaria de que, y sabiendo los altos niveles de interrelación global de la política y la economía, otros caminos son posibles. Cristina hizo alguna referencia a Carlos Tomada cuando habló de la seguridad social y no todos saben la cantidad de veces que el Ministerio de Trabajo convocó a los mejores especialistas mundiales en esta materia. Varias veces estuvo Robert Castel, un académico progresista, autor de un trabajo imprescindible llamado La inseguridad social, en el que describe la progresiva deserción del Estado de bienestar en países centrales a la vez que avanzaban los fondos financieros para ocupar el lugar de lo público. Ese libro fue publicado en 2004, y ese sí era anticipatorio de lo que pasaría años después y que llevó a que los puestos claves de gobierno en Europa estén en manos de ejecutivos de Goldman & Sachs, llamada “banca de inversión”. Sería injusto decir que los europeos sean bárbaros y no sepan diferenciar la especulación de la inversión; sin embargo, cuando la recesión y el temor se instalan en el Viejo Continente, las derechas ganan terreno cultural y electoral. Fue muy interesante escuchar a la Presidenta hablar de lo que costaba hacer entender, aún en legisladores del Frente para la Victoria, la fórmula de actualización de los haberes previsionales. Porque se trata de una fórmula que combina inflación, con recaudación y con los recursos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Anses. O sea, no es un mecanismo manipulador ni voluntarista, cuida a los trabajadores pasivos pero también a las arcas públicas. Y el incremento del 17,62% podría ser un indicador de “confianza país” en cambio de aquel que las calificadoras llaman “riesgo país” y que tanto daño hizo apenas una década atrás.
También fue una cuota de oxígeno registrar que el Banco Central se transforma en una “calificadora de oportunidades” para créditos Pyme. Basta ver como tanto los bancos Nación, Provincia de Buenos Aires o Credicoop, entre otros, ven incrementar sus carteras en ese segmento. Es que el crecimiento de la demanda no es sólo el consumo sino también la inversión, cuya tasa creció a niveles altísimos para la pobre Argentina, y también algo de aumento en exportaciones no tradicionales.

Cuando tenga la tierra. Trazar una estrategia no parece ser algo sencillo. Además de un rumbo deseable y posible, se necesita la fuerza y los recursos para ir logrando metas que vayan en la dirección deseada. No son todas rosas en el escenario argentino. La nefasta etapa neoliberal no contó con los precios internacionales de productos primarios de estos años. Una elite empresarial, mezcla de sociedades anónimas y fondos fiduciarios con resquicios para pagar menos impuestos se entrecruzan con las grandes multinacional granarias (ya no son sólo cerealeras) y químicas. El nivel de concentración de la propiedad es altísimo. Por un lado, por el control de las granarias sobre las exportaciones. Por el otro, las químicas manejan las innovaciones tecnológicas que condicionan la rentabilidad y llevan los negocios. Así como la Generación del ’80 decía con orgullo que habían expandido la frontera agropecuaria cuando habían destrozado comunidades enteras, ahora hay provincias, sobre todo en el norte, que quedaron desmontadas y sus pobladores rurales quedaron sin tierras y engrosando pequeñas ciudades aledañas o bordeando sus capitales. Chaco, Formosa, Santiago, Salta y Jujuy se encontraron con que la resistencia de la soja a las altas temperaturas y menos irrigación, convertían los montes en negocio sojero. La descripción de este fenómeno se hizo, en los últimos años, infinidad de veces. Las políticas para amortiguar estos impactos no son muchas y no frenan los cambios devastadores que provoca esta renovada inserción argentina en el mercado mundial de alimentos, básicamente con forrajeras y aceites. Es difícil pensar que el Estado va a renunciar a los grandes recursos que proporcionan las exportaciones primarias. Es infantil pensar que un proceso de desarrollo industrial con cierta autonomía se puede hacer en poco tiempo. Aún con las grandes alternativas que puede dar un mercado latinoamericano más integrado.
Ahora bien, una estrategia de cambio no puede dejar de preguntarse algunas cosas más a las mencionadas. La primera es qué pasa con los –pocos– pobladores rurales que quedan y con los –no pocos– que no son rurales pero que viven de negocios de la tierra. Además de limitar la extranjerización de la tierra no debería estar más en la agenda pública este asunto. Pregunta: así como Famatina puso en evidencia el rechazo al modelo de minería a cielo abierto de amplios sectores (hay encuestas que indican un descrédito generalizado de esa modalidad), cuánto se sabe respecto de las organizaciones nucleadas en Canpo (Corriente Agraria Nacional y Popular) y de los movimientos campesinos de las provincias norteñas. Sí se sabe, y es importante, que las cooperativas de productores nucleados en Coninagro y también en Federación Agraria (aunque su presidente Eduardo Buzzi quiere mantener distancia del gobierno) logran más participación, con apoyo oficial, y que no todos sus negocios son de soja o girasol. Sin embargo, la locomotora está compuesta por estos últimos productos.
El segundo tema que merece una mirada realista es cómo se puede modificar el negocio de la soja. Como todo precio cartelizado y ligado al comportamiento financiero, esta es una variable imprevisible. La historia argentina está marcada por los vaivenes en la materia. Además, esa historia estuvo marcada por las transformaciones de la producción en función de la división internacional del trabajo impuesta por Gran Bretaña y por las innovaciones técnicas. Así, el tasajo empezaba a declinar justo cuando alumbraba la Constitución de 1853. El cuero vacuno cedió terreno ante las lanas. El enfriado tuvo por un tiempo la carne ovina en un lugar importante. El ganado bovino, un tiempo, se exportaba en pie. Luego las ovejas fueron a la Patagonia. Después llegó el trigo. En menos de 50 años hubo muchos cambios. Eso sí, con la misma matriz de propiedad. Sin ninguna posibilidad de desarrollar industrias genuinas.
Debería tomarse conciencia de que la soja no es para siempre. Incluso que la soja cambia. Las nuevas semillas transgénicas pueden ser capaces de resistir los fríos y no sólo los calores. Incluso pueden aparecer otros países con ventajas comparativas iguales o mejores que las de Brasil y la Argentina. Los secretos tecnológicos y comerciales están en manos de las grandes multinacionales. Ya tienen productos alternativos a los regímenes de riego artificial, que a su vez fueron alternativos a los de lluvias y utilización de los ríos. Por de pronto, el Plan Estratégico Agroalimentario anunciado por Cristina en septiembre pasado es el resultado de la participación de las carreras universitarias, el Inta, organizaciones de productores y de diversos sectores involucrados. Es una buena noticia. Curiosamente, una noticia destratada por los medios especializados y los suplementos de los grandes diarios. Pero eso debería ser un llamado de atención. Los medios públicos no le dan espacio significativo a esto. Tampoco los periódicos que acompañan la transformación argentina. Es un error. Quizá porque la militancia no está consustanciada con esto y debería reflexionar al respecto. Quizá porque los temas a debatir puedan desenterrar muchas cuestiones a las que algunos les temen. Pero energía, alimentos, forrajes, finanzas y comercio internacional están estrechamente vinculados y estrictamente concentrados en pocas manos. En el mundo. Y los procesos de cambio necesitan de conocimiento. Para que las estrategias se hagan, y se

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05/02/2012 (788)        compartir en facebook compartir en twitter compartir en Whatsapp



 


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